“La curiosidad mato al gato”, seguramente has escuchado este dicho infinidad de veces y es que en algún momento, todos hemos sido ese gato curioso que, por meter los bigotes donde no debe termina pasando un mal rato. Esto fue justamente lo que nos pasó a una de mis hermanas y a mí, pero a un nivel donde “la realidad supera la ficción”.
En una reciente visita a México, tuve la oportunidad de reunirme con mi familia. La pasamos muy bien y como de costumbre, no pudieron faltar las tardes de pláticas largas y tendidas en el patio de la casa.
En una de estas reuniones, una de mis hermanas me pregunto una vieja anécdota con un giro paranormal y que hoy día, sigue poniéndome los pelos de punta. Gracias a esto último nace esta nueva sección titulada:
EL CALLEJÓN DE LOS RELATOS
El objetivo de esta sección: compartir anécdotas, relatos e historias paranormales, esas que la gran mayoría hemos experimentado alguna vez. Así que, si has tenido alguna experiencia, escríbenos.
El siguiente relato está basado en hechos cien por cierto reales. Sin más agregar, te doy la bienvenida a esta nueva sección en el blog.
LA CHICA DE LA SUDADERA ROJA
Aquel domingo había transcurrido como cualquier otro, por la mañana mi madre y abuela fueron a misa, comimos todos juntos en familia y para la tarde, mi padre salió a socializar con sus amigos.
Recuerdo que Nacho, el novio de Eleni, mi hermana, había pasado todo el día en la casa de mis papás, llego la noche y no se iba. Finalmente, al rededor de las diez de la noche, dijo que se retiraba, su moto no prendió, así que decidió irse a pie.
Su casa quedaba a más o menos unos quince minutos en carro, y como a una media hora caminando. Nachito vivía con sus tíos en uno de los ranchos de los alrededores y para llegar, habría que tomar un camino de terracería que se abría sobre campos abiertos repletos de cultivos, árboles, piedras sueltas y completamente oscuro.
Como ya era tarde, me ofrecí para ir a dejarlo en la camioneta de mis papás y le pedí a mi hermana que me acompañara para no regresar sola, al principio Nacho se repuso, pero después de insistir brevemente termino aceptando el “ride”.
Ni santos ni perezosos, nos subimos en la camioneta los tres, Nacho iba como copiloto, Eleni en medio de nosotros y yo al volante. Los primeros minutos del viaje todo bien, mi hermana y yo íbamos hablando sobre tonterías y Nachito solo escuchaba.
Todo iba bien hasta qué, llegamos al río, aquí el camino descendía en una curva hasta atravesaba un viejo puente de piedra para posteriormente continuar por una pendiente que indicaba la parte intermedia del camino.
Al empezar nuestro descenso, las luces de la camioneta, alumbraron a los lejos la silueta de una mujer caminando del otro lado del puente en dirección hacia nosotros. Mi hermana y yo intentamos reconocerla, pero al momento de encontrarnos la mujer se paró a un lado del camino y nos dio la espalda.
Al pasar cerca de ella solo pudimos ver que la mujer llevaba pantalones negros, una sudadera color rojo intenso con el gorro puesto y una botella verde de cloro (o shampoo, no estoy segura de esto último).
Debo reconocer que el extraño comportamiento de aquella mujer logro ponernos los pelos de punta momentáneamente, pero la curiosidad de saber ¿quién era?, y ¿por qué nos había dado la espalda?, nos invadió también.
Así que, guiadas por la idea de “descubrir quién se ocultaba de nosotras”, nos apuramos en dejar a Nachito en su casa y regresamos voladas con la esperanza de encontrarla nuevamente y la misión de reconocer a la chica de la sudadera roja.
Efectivamente, logramos alcanzarla, aunque siendo sincera hubiera preferido jamás haberla vuelto a ver. Esta segunda vez, la vimos caminando sobre el mismo camino pero ya entrando al pueblo.
Nos acercamos a ella relativamente lento y recuerdo que le dije a mi hermana: ahorita que el alcance voy a pasar despacio, ponte lista, a ver si la reconoces.— Ella asintió con la cabeza y se acercó un poco más a la ventana del copiloto.
La mujer iba caminando literalmente en medio de la calle y nosotras detrás. Cuando las luces de la camioneta le rozaron los pies y estábamos a unos cuantos metros de distancia, la chica se desvaneció por completo y en instantes estaba de pie a un lado de mi hermana frente a la ventana, pero dándole la espalda.
Un frío espeluznante invadió mi cuerpo, me costaba procesar lo que estábamos experimentando. Intente acelerar la camioneta, pero no sé si por el susto o que sé yo, unos metros más adelante empezó a fallar y termino apagándose completamente, incluidas las luces.
Nos quedamos completamente a oscuras, mi hermana empezó a temblar y me exigió que arrancara la camioneta, pero cada que intentaba dar marcha esta no respondía. Mire por el retrovisor y la mujer ahora se encontraba atrás de nosotros acercándose lentamente.
No sé como, pero después de varios intentos, finalmente pude arrancar la camioneta y salimos de allí tan rápido como nos fue posible. Llegamos a la casa todas pálidas, temblando y llenas de miedo.
Le platicamos a mi abuela y mi mamá nuestra experiencia y mientras lo comentábamos, mi padre llego al igual que nosotras, temblando de miedo y completamente pálido.
“Los duendes ma, esos hijos de la chingada no me dejaban venir.”
Repetía mi padre a la abuela una y otra vez.
Mi papá nos platicó que, aquella noche, había tomado un par de cervezas con sus amigos, sin embargo no se venía tomado.
Él nos cuenta que justo unas casas antes de llegar a la nuestra, le salieron tres niños pequeñitos, vestidos con ropas verdes y gorros puntiagudos.
Dice que ellos lo rodearon y empezaron a pedirle dinero mientras le impedían el paso, mi papá les dijo que ya no tenía dinero, y entonces, lo invitaron a jugar con ellos. Mi papá nos cuenta que al negarse estos seres se empezaron a reír de él y que intentaron tirarlo, interponiéndose en su camino una y otra vez.
Mi papá dice que estos seres lo siguieron hasta unos metros de la casa, para finalmente desaparecer en instantes ante sus ojos, segundos antes de abrir la puerta.
Hasta hoy día, casi trece años después, mi madre y abuela aseguran que tanto mi papá, Eleni y yo fuimos víctimas de las energías de una noche sin luna.
Eleni hoy día no habla de ello, tampoco le gusta recordarlo. Sinceramente, no estoy muy segura de lo que paso aquella noche, pero si tengo bien grabadas las sensaciones y el estrés que dichos eventos me produjeron.
Sea como sea, creo que algo que Eleni y yo aprendimos fue a no andar de intrépidas, pues por curiosas aprendimos de la mala manera que: “el que busca encuentra”.
¿Qué aprendí?
Y tú, ¿Has pasado por alguna situación similar?, ¿Te gustaría publicar tu relato en el blog? Déjame saber en los comentarios.
Muchas gracias por leerme. Nos vemos pronto, detrás del cristal.
OMG….!!!!???? Woooow, super fuerte yo no se que hubiera hecho el solo leerlo me causó miedo, yo al igual que tu hermana lo bloqueria aunque creo que es un poco difícil, soy una persona bastante miedosa o no se como llamarle.
Si, estuvo muy fuerte la experiencia, pero aprendimos la lección. Y hay más tela de donde cortar. Ya estaré subiendo más relatos. Si sabes alguno, déjanos saber. ?